Las empresas, tal y como las conocemos hoy en día, son organizaciones que tienen su origen en la época de la revolución industrial, y que han sido diseñadas para operar de manera eficiente. Sin embargo, debido a la velocidad a la que actualmente se producen los cambios, cada vez será más imprescindible que las empresas incorporen también, la capacidad de generar innovaciones de manera continuada.
A partir de este razonamiento, nace el concepto de empresa ambidiestra. Se
trata de empresas que combinan eficiencia e innovación. Es decir, aquellas
capaces de explotar el negocio actual, y explorar, a la vez, nuevas
oportunidades de negocio. Esta nueva concepción de empresa, implica un esfuerzo
por sistematizar la innovación, y convertirla en parte del día a día.
Pese a que la capacidad de innovación suele asociarse a grandes presupuestos
de I+D, no existe evidencia de que haya una correlación directa entre el nivel
de inversión y los resultados derivados de la misma. Así lo corroboran varios
estudios, entre ellos uno publicado en 2011 por la
consultora Booz&Company (actualmente Strategy&).
Si bien es importante dedicar recursos a la
innovación, para lograr resultados de tales inversiones, es fundamental tener
en cuenta una serie de elementos, que contribuyen a la creación de una cultura
de innovación, y a lograr una mayor productividad de los recursos invertidos. Entre
estos elementos, destaca la estrategia de innovación.
En muchos casos se tiende a desarrollar nuevas ideas sin disponer de una
estrategia de innovación, algo que sin embargo, es esencial para enfocar los
esfuerzos y crear ventajas competitivas. Antes de decidir en qué proyectos de
innovación invertir, es clave reflexionar acerca de los retos en los que se
tiene que centrar la empresa. Es decir, hay que definir la estrategia de
innovación, obviamente alineada con la estrategia de la empresa.
En ningún caso pretendo afirmar que no se pueda innovar sin contar con una
estrategia de innovación. Es evidente que encontraríamos muchos ejemplos que
desmentirían tal afirmación. Sin embargo, en el caso de aquellas empresas que
no sólo deseen innovar de manera puntual, sino convertirse en empresas
innovadoras, es decir hacer de la innovación una de sus fuentes de
diferenciación, la estrategia de innovación resulta imprescindible.
La finalidad de la estrategia de innovación, es establecer una serie de
elementos que actuaran como brújula al contribuir a marcar el rumbo y aclarar,
entre otras cosas, las motivaciones que llevan a la empresa a apostar por la
innovación, definir internamente el concepto de innovación, formular los
objetivos que se esperan obtener, acotar las áreas en las que la empresa desea
innovar y determinar los recursos que se está dispuesto a invertir.
No disponer de una estrategia de innovación, puede provocar una serie
de situaciones no deseadas, y que
contribuirán a dificultar el camino hacia la sistematización exitosa de la
innovación. Veamos algunos ejemplos de estas situaciones:
- La innovación pasa a ser un tema de azar.
- No tener una visión común de lo que significa innovación para la empresa.
- No comprender de que modo contribuye la innovación a los objetivos de la empresa.
- Querer innovar en todo y terminar no innovando en nada.
- Innovar en áreas no esenciales.
- Generar una cartera de proyectos de innovación que no tienen ningún tipo de vinculación entre ellos, imposibilitando posibles sinergias.
- Invertir en proyectos de innovación no alineados con los objetivos estratégicos de la empresa.
- Dedicar buena parte de los recursos a proyectos no esenciales y tener que renunciar a otros proyectos más relevantes.
Por lo tanto, antes de lanzarse a innovar es fundamental
tener una visión clara de cómo la innovación contribuirá a mejorar la
competitividad de la empresa. Un error muy típico es querer innovar en todo y
terminar no innovando en nada. Cabe recordar que no se trata de innovar por
innovar, sino de hacerlo para contribuir a alcanzar unos objetivos concretos.
Se debe tener en cuenta que la innovación precisa de un
elevado grado de enfoque. La diferenciación y las ventajas competitivas, no
acostumbran a forjarse explorando muchas oportunidades desconectadas. Al
contrario, proceden de un determinado enfoque en algunas áreas. Conseguir tales
sinergias requiere, coherencia, consistencia y especialización.
La estrategia de innovación debe colaborar a determinar
de forma clara qué áreas quedan fuera del interés de la empresa en el ámbito de
la innovación. De esta forma se evitarán, no solamente la malversación de
recursos, sino también frustraciones, la sensación de confusión y acabar con
una cartera de proyectos de innovación inadecuada (es decir, que no tienen
ninguna sinergia entre ellos y que pueden incluso ser absolutamente distintos
de lo que la empresa necesita).
Pese a que al hablar de innovación pueda interpretarse
que, el caos, la serendipia y la falta de normas son aspectos cruciales, es recomendable
sistematizar la innovación, y para ello es importante abrir un proceso de
reflexión que conduzca a la formulación de una estrategia de innovación.
Aprovecho para destacar que siempre que sea posible, será
importante compartir este proceso con la máxima cantidad de miembros de la
organización, ya que:
- se obtendrá una visión más amplia y realista de los distintos puntos de vista existentes en la empresa,
- contribuirá a que las personas implicadas sientan como propio el proceso, un hecho que ayudará a minimizar las resistencias y los miedos.
Concluyendo
Si se desea incorporar la innovación al ADN de la empresa, uno de los
primeros pasos es formular una estrategia de innovación, que sirva de brújula y
marque el rumbo a seguir. Y es que ya lo decía Séneca, “si no sabes hacia donde
se dirige tu barco, ningún viento te será favorable”
En un próximo post detallaré los pasos, que a mi modo de ver, hay que
seguir para diseñar una estrategia de innovación.
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