A
lo largo del siglo XV, Florencia se convirtió en una ciudad dinámica y repleta
de mentes creativas. Símbolo del renacimiento, y cuna del humanismo, puso al
hombre en el centro de la escena. Sus líderes asumieron que el ser humano
es capaz de hacer cualquier cosa que se proponga. En ella vivieron personajes
como Michelangelo, Leonardo da Vinci, o Rafael, a quienes habían ya precedido
otras mentes tan brillantes como las de Brunelleschi, Dante o Francesco Petrarca
por nombrar sólo a algunas.
La
pregunta que me asalta es si algo como lo que sucedió en esos años en
Florencia, puede suceder de manera espontánea. Tras haber dedicado cierto
tiempo a reflexionar sobre ello, creo que en este caso, como en otros similares,
deben darse ciertas circunstancias iniciales que favorezcan la atracción de
talento, y que permitan que éste florezca y pueda expresarse libremente. Una
vez se logra entrar en ese círculo virtuoso, probablemente solo se trate de no
entorpecer y aprovechar las sinergias que se generan
Leonardo
es sin duda el paradigma del genio creativo y del hombre del renacimiento.
Inventor, pintor, escultor, arquitecto, filósofo, y poeta entre muchas otras
cosas. Nació en un pequeño pueblo de la Toscana, no muy lejos de Florencia y
vivió los años de máximo esplendor de la entonces República Florentina. ¿Qué
hubiese sucedido si Leonardo hubiese nacido en otra época? ¿o en otro lugar
mucho más alejado de Florencia? ¿hubiese sido de todos modos el genio que
fue?.
Entonces,
¿es más importante el individuo o las circunstancias que rodean a ese
individuo? Tal vez tengamos muchos Leonardos en nuestras empresas. Pero el
entorno de la mayoría de estas empresas es demasiado jerárquico, tradicional, y
obsesionado por controlarlo todo, como para permitir que brillen y destaquen.
Estamos corriendo el riesgo de que personas con talento creativo pasen
desapercibidas, por no disponer de las circunstancias adecuadas para que esa
creatividad pueda fluir y crecer en el seno de nuestras organizaciones.
En
gran medida, el éxito de Florencia se debió a Lorenzo de Médici, conocido como
"il magnifico". Lorenzo fue político, banquero y poeta, pero destacó sobre
todo por su vertiente humanista y por ser el facilitador, que generó las circunstancias
propicias, para que Florencia se convirtiese en el mayor polo de atracción de
creatividad e innovación de su época.
Para
descubrir a los Leonardos y Michelangelos, que habitan, o que a veces
simplemente sobreviven en nuestras organizaciones, es necesario disponer de más
Lorenzos, cuanto más magníficos mejor. Son muchas las barreras que la
innovación debe superar, y que nos impiden pasar de las palabras a la acción.
Pero no hay duda, de que una de las principales es la falta de líderes que apuesten
por crear las circunstancias idóneas, y precisas, para fomentar y favorecer las
ideas creativas, que en algunos casos pueden llegar incluso a desafiar el statu
quo.
Las empresas, por su propia naturaleza, tienen dificultades para crear
una cultura de innovación continua. La corporación moderna, diseñada para
lograr la máxima eficiencia, generalmente se basa en estructuras, normas y
procesos que suelen sofocar, de manera inadvertida, la innovación. Ya sea intencional o no, la mortalidad prematura de ideas e
innovaciones es algo que se da frecuentemente. La lógica de sofocar la innovación puede incluso tener sentido. En un contexto en el que los objetivos a corto plazo tienen gran importancia, los ejecutivos de alto nivel tratan de ejercer control sobre las organizaciones, y las personas que las forman, para que puedan lograrse esos objetivos críticos. Al hacerlo, sin embargo, a menudo se sacrifican importantes beneficios a largo plazo.
Para
evitarlo, es imprescindible disponer de liderazgos capaces de encender la
chispa que permita que el talento se desate. Al hablar de líderes, no hablo de súper
héroes, ni de personajes carismáticos dotados con el don de la seducción y
capaces de movilizar a miles de personas. Me refiero a personas corrientes,
pero con visión, que crean realmente en sus equipos, más allá de formalismos y
palabras amables. Personas capaces de confiar en los otros, de señalar el objetivo,
pero de dejar que cada uno elija su propio camino para llegar a él.
Directivos
flexibles y suficientemente seguros de sí mismos como para no necesitar
controlarlo todo. Capaces también de delegar, de otorgar libertad. Líderes
humanistas, que pongan a las personas en el centro de sus organizaciones, que
les permitan desarrollar sus talentos, y crean como los primeros humanistas,
que el hombre no está aquí sólo para hacer pequeñas cosas.
Sin
ellos, la innovación seguirá siendo una palabra atractiva, pero sin contenido
en la mayoría de casos. Las empresas
seguirán lanzando iniciativas y programas para generar ideas, que a menudo no responderán a las expectativas creadas.
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